Deporte y Literatura
Para su primera colaboración con Lap Deportes, Piedad Bonnett nos comparte su visión de como deporte y literatura cruzan sus caminos.
Cualquiera diría que deporte y literatura nada tienen que ver. Y en verdad, la mayor parte de los escritores somos sedentarios, o por lo menos no practicamos ningún deporte. Aunque, por supuesto, hay excepciones. Sabemos que Agatha Christie hacía surf, que Camus practicó el fútbol, que J.R Tolkien, el autor de El señor de los anillos, jugaba tenis, que Hemingway amaba boxear, y que Jhon Irving levanta pesas y practica la lucha libre. Algunos, incluso, han escrito libros a partir del deporte que suelen realizar, como Haruki Murakami, “De qué hablo cuando hablo de correr”, o David Foster Wallace, “El tenis como experiencia religiosa”.
Pero podemos ir más allá de estos datos, que son sobre todo anecdóticos, y encontrar otras cosas que unen estas dos disciplinas, que no son tan ajenas como podríamos imaginarnos. La palabra disciplina, precisamente, nos puede ir conduciendo por el camino, pues tanto el deportista como el escritor deben trabajar fuerte y con tesón para conseguir lo que persiguen.
Sabemos, incluso, en el caso del deporte, de historias personales de sacrificios inmensos, como en el caso de nuestros ciclistas, de ciertos nadadores, de tenistas como las hermanas Williams. Un escritor, por su parte, sólo logra escribir una novela después de muchas horas de dedicación diaria y perseverancia, que a veces se prolongan por dos, tres, cinco años. Pero la sola disciplina no basta. Se necesita que exista una pasión, que no es otra cosa que un enorme amor por lo que se hace, combinado con una especie de obsesión, de idea fija que impele a volver una y otra vez a la práctica tanto del deporte como de la escritura. A su placer, su riesgo, su adrenalina.
Aunque a veces se habla de escritores profesionales, me parece que este no es el adjetivo más adecuado, porque en realidad escribir es una vocación, una pulsión y una opción de vida, no una “carrera” propiamente dicha. En el deporte, en cambio, desde hace ya un buen tiempo existe un nivel profesional, que convierte al deportista, en la mayoría de los casos, en una mercancía: se compra y se vende a Messi, a Filippo Gana o a Fernando Alonso. Su éxito lucra a un equipo de gente que los promueve y los usufructa.
No me interesa hablar aquí ni de estos deportistas ni de los escritores que, convertidos en empresa, escriben best sellers para enriquecerse. Me interesan, en cambio, los que van guiados por un espíritu de curiosidad, de disfrute, de exigencia consigo mismo. El escalador sería el mejor ejemplo de ese deportista: el que sólo anhela alcanzar, pedirle a su cuerpo lo mejor de sí, descubrir, compenetrarse con la naturaleza, llegar a su límite. O también el atleta, el que ama correr porque le proporciona intensidad a su vida.
Aunque no podemos, ni mucho menos, despreciar el anhelo de ganar, de superar y triunfar. También este acompaña a menudo al escritor, que quiere reconocimiento, ampliar lectores, y, en algunas ocasiones, hacerse a la fama duradera. Pero más allá de esa ambición, el verdadero escritor disfruta la dificultad de la escritura, se entrega a la hondura de las palabras y a su poder revelador y se enfrenta, no sin temor, a su propio talento. Como el deportista, a menudo el escritor bebe la miel del fracaso.
Digamos, un poco tontamente, que lo ideal sería que un escritor fuera también un hombre que cultivara las posibilidades de su cuerpo a través del deporte, y a la inversa, que el deportista tuviera suficiente curiosidad de espíritu para darle cabida a la literatura, básicamente como lector y, por qué no, como persona capaz de dar cuenta, por escrito, de su experiencia. La velocidad del mundo contemporáneo, pero sobre todo sus mecanismos de productividad, a menudo esclavizantes, nos lo impiden. Es en la educación donde está la esperanza y el poder que ya tenían claro los griegos: el de hacernos ciudadanos integrales, dueños de la armonía entre el cuerpo y el alma.
Piedad Bonnett es licenciada en Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes y profesora de esta Universidad desde 1981. Tiene una maestría en Teoría del Arte, la Arquitectura y el Diseño en la Universidad Nacional de Colombia. Cuenta con reconocimientos internacionales gracias a sus libros de poemas, novelas y obras de teatro.